11/09/12. Por Analía Zygier

En la Justicia todavía se trata el tema como si fuera novedoso. ¿Cuántos años más deberán pasar para que los operadores del sistema se capaciten convenientemente? ¿Habrá que esperar a que las primeras generaciones de «nativos digitales» accedan a cargos de decisión dentro del Poder Judicial?

Internet, gracias a Dios, es algo ya cotidiano, como prender la luz o hablar por teléfono. Pero jurídicamente hablando Internet es algo peligrosamente cotidiano. Peligroso porque a fuerza de naturalidad y de ser briosos usuarios finales (“yo entré a Google como 800.000 veces”), creen que entienden lo que no y fantasean con el ciberespacio en clave matete. La mayoría de los jueces civiles no entienden de Internet. Pero eso no es ninguna novedad. No entienden de innumerables cosas (porque son seres humanos y nadie puede saber de todo). No entienden de física nuclear, ni de glotopolítica, tampoco de geofísica ni de nanotecnología. El problema es que muchos de los casos en los que tienen que decidir los jueces, tocan cada vez más, temas de Internet.

Dentro de la Justicia hay distintos perfiles:

  1. El que sabe que no sabe, pero no le interesa saber. Son temas demasiado modernos y además “no está legislado”. Aplican el 1113 que es un contento. Para ellos un sitio web es una cosa riesgosa. El que quiere celeste que le cueste
  2. El que no sabe, pero hace como que sabe. No entiende un pito sobre el tema pero le da vergüenza no saber. Recurre a algunos colaboradores del juzgado, que por ser más jóvenes presumiblemente la tienen más clara. Los muchachos, que entienden mucho más que él a fuerza de bajarse mp3 para escuchar en el Ipod, tampoco saben del tema a fondo. Pero por suerte Bill Gates  inventó el bendito cut & paste. Googleando aquí y allá lograrán un proyecto de fallo que al juez le sonará bien y sale con fritas.
  3. El que no sabe, pero cree que sabe. Otro que no entiende demasiado, pero está orgulloso de saber navegar por internet. El Derecho no es otra cosa que sentido común, proclama y aplica una analogía tras otra (Internet no existía en la época de Velez Sarsfield).
  4. El que sabe algo, pero se capacita para saber mejor. Entiende que no es tan sencillo como parecía y que tampoco es algo tan difícil de entender como la física cuántica. Ante la duda, siempre están los expertos a los que puede consultarse.

Lamentablemente hay muchos más ejemplos de los tipos 1, 2 y 3 que del tipo 4.

Cuando estaba en la escuela secundaria, tenía un profesor de matemática que pregonaba “lo que abunda no daña” y nos llenaba de ecuaciones para resolver. Unos cuantos años después me animo a disentir con tan entusiasta profesor. En materia de pertinaz ignorancia, lo que abunda, daña y mucho. En la práctica sabemos que el Derecho siempre corre a la realidad de atrás.

Obviamente no puede hacer otra cosa, sin embargo es deseable que en esa carrera desigual la ciencia jurídica práctica, es decir, el trabajo concreto de los tribunales, trate de pisarle los talones a la realidad lo mejor que le sea posible. En muchos juzgados y salas es de práctica cortar y pegar formulismos de pura dogmática civil, trazando analogías basadas en el poco conocimiento de la materia.

Internet se inventó a fines de la década del sesenta hace más de cuarenta años, y tiene el formato actual bastado en la web y es de acceso para el público en general desde 1990, hace más de veinte. Por eso nuestros jueces no tienen el menor derecho a segur tocando de oído en el tema, con la excusa de que se trata de temas novedosos.

Pinche hoy, juez mañana

Muchos pensarán que el problema radica en la edad de los jueces. Que se trate de cargos vitalicios puede hacer pensar que se trata de gente mayor que obviamente no nació ni se crió con las nuevas tecnologías. Sin embargo, el nutrido fuero  civil ha tenido una gran renovación en los últimos años. Hubo numerosos concursos y resultó elegida gente nueva, evaluada modernamente con el último grito de la moda en tema de elección de magistrados.

A fuerza de concursos, compulsa de antecedentes y pruebas de oposición, se supone que tenemos a los mejores jueces posibles. ¿Que sucede entonces? Por un lado, en los concursos, los casos a resolver son los mismos que hace años. Por el otro, quienes concursan son los mismos que desde siempre vienen transitando los obvios andariveles del fuero y que circulando por el escalafón vienen mamando desde hace años las viejas prácticas. Los jurados, también son del palo. Más de lo mismo. Que gente con experiencia que forma parte de la Justicia desde que era un pinche en la mesa de entradas acceda a cargos de decisión, no está necesariamente mal si el Poder Judicial formara a sus cuadros en cuestiones novedosas.

Pero lamentablemente la capacitación en temas tecnológicos brilla por su ausencia y la endogamia dentro de la Justicia asegura que sea difícil escapar al estatus quo. Quienes proyectaban sentencias hace veinte años para los jueces civiles de fines del siglo pasado, hoy son los nuevos secretarios y jueces. Quienes eran aquellos jueces, hoy son los nuevos camaristas. El círculo de la vida. Es difícil decidir sobre algo que no se conoce o sobre lo que no se entiende demasiado. Pero aún peor es que por el uso cotidiano que se le da actualmente a la teconología (cualquier abogado de hoy maneja un procesador de texto y se conecta habitualmente a Internet) genera cierta comodidad engañosa que permite que los jueces estén fallando “por boca de ganso”.

A ningún magistrado se le ocurriría decidir sobre temas médicos sin consultar a peritos especialistas en la materia, pero por ser usuarios habituales de Internet (quién no entró en Google alguna vez) sienten que con una mera analogía basta y sobra para entender en este tipo de asuntos.

Cuidado con el escribano

En los programas de televisión, cuando se quiere dar un viso de seriedad o legalidad, siempre aparece un escribano, que desacostumbrado a las luces y a las cámaras, da fe. Revisa que hayan metido todos los cupones en la urna, que las llamadas telefónicas a ver quien es el ganador, sean reales o que el hijo de Tu Sam esté congelado a 10 grados bajo cero. Estamos acostumbrados a que el escribano puede certificar cualquier cosa.

Es una forma de que todos se queden tranquilos y de sacar la patente de programa serio y veraz. Así en el resbaloso terreno de Internet a la hora de determinar quien, qué, cómo, cuando y donde, la práctica forense ha recurrido al recurso más conocido que tiene a mano. La figura del escribano como fedatario de una imagen que se muestra en una pantalla.

En este caso valga una analogía a modo de contribución. Si al escribano lo mandamos a constatar un show de David Copperfield, seguramente pondrá en su acta que ante su vista desapareció un edificio de 20 pisos. Doy fe. Seguramente ningún juez cuerdo tomará una decisión basado en ese testimonio. Los magistrados deberían actuar de igual manera con respecto a las actas notariales vinculadas a la simple imagen de una pantalla de un sitio de Internet.

El recurso fácil de convocar a un notario para generar prueba cierta se convierte en un grave error judicial. Un escribano público puede dar fe de lo que ve, de lo que no puede dar fe, porque no es especialista en el tema, es que lo que efectivamente ve es lo que esté publicado realmente en determinado servidor controlado por una determinada persona física o jurídica.

Mirando una computadora que muestra un sitio web, el escribano no está preparado para certificar si ese material está en el servidor de origen, en el servidor de determinado proveedor de Internet que brinda el servicio de conexión, en el servidor proxy de la institución, empresa o estudio desde donde se está haciendo la consulta o inclusive, si se trata de una página local que está en la propia computadora que se usa.

Tampoco saben distinguir si se trata de contenido actual o pasado y si se trata de páginas de terceros que remiten a la original y que han guardado una copia. No tienen en cuenta si determinado texto está en el servidor local o si se trata de un simple link externo que remite a información lejana publicada por terceros.

Educar al soberano

La famosa frase de Sarmiento se refería al ciudadano, que con su derecho al voto tenía la enorme responsabilidad y el poder de elegir a quienes lo iban a gobernar. Haciendo la analogía, no estaría mal educar a su señoría que tiene la enorme responsabilidad y poder sobre honra, libertad y hacienda de los sufridos justiciables.

Fuente: Diario Judicial

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