FacebookMartes 02 de abril de 2013

Las redes sociales arrastran a los internautas a dibujar sus perfiles a golpe de clic; los expertos coinciden en el fin de la privacidad y en la importancia de gestionar la imagen y la información publicada

Por Alejandra Agudo  | El País

Cuánto se gasta en ropa, qué juegos prefiere, sus creencias religiosas, tendencia política, dónde pasó sus últimas vacaciones, su color favorito, o si es de tomar cerveza, vino o agua en las comidas. Muchos de estos detalles sobre usted están en Internet. Algunos los habrá publicado usted mismo, otros se pueden inferir de su actividad en la Red, qué páginas visita, qué aplicaciones se descarga en el móvil o simplemente de lo que otros dicen de su persona. La información está ahí y no hace falta ser malintencionado para encontrarla, aunque puede ser usada con malas intenciones.

Lo habitual, sin embargo, es que las empresas recaben y crucen datos personales para ofrecer publicidad muy individualizada en función de los gustos de cada uno, incrementando con ello sus posibilidades de venta. Así, la privacidad se ha convertido en la moneda con la que pagamos muchos de los servicios online aparentemente gratuitos. Otras veces, compartimos intimidades simplemente para satisfacer la necesidad humana de comunicarnos, según los sociólogos. Sea de manera intencionada o inconsciente, cada clic de ratón o palabra que escribimos en la blogosfera revela quiénes y cómo somos. Los expertos coinciden: la privacidad en Internet no existe, pero se puede gestionar cuánto enseñamos y qué imagen damos.

Las autoridades de protección de datos del Estado de Schleswig-Holstein (Alemania) prohibieron en agosto de 2011 el uso del botón Me gusta de Facebook porque entendían que violaba la privacidad de los usuarios. Sus sospechas de que esa información podía servir para crear perfiles con hábitos y preferencias de los internautas se han confirmado. Un grupo de investigadores del Centro de Psicometría de la Universidad de Cambridge ha desarrollado un modelo matemático que permite deducir con alto grado de acierto la etnia, la orientación sexual, las tendencias políticas y las creencias religiosas de cualquier persona a partir de los Me gusta que ha pinchado en la red social.

Aquella no era la primera vez que Alemania decidía poner coto a la difusión y tratamiento de información personal en la Red. En 2010, el Gobierno de Angela Merkel aprobó una ley que impedía a los jefes husmear en los perfiles en redes de sus trabajadores en busca de datos personales. Tampoco las empresas de reclutamiento podían buscar las vergüenzas online de los candidatos. Los expertos en protección de datos señalan que, en la práctica, este tipo de medidas son muy difíciles de aplicar.

«El único modo de mantener nuestra privacidad online sería no usar Internet en absoluto. Aunque, como es obvio, eso ni es conveniente, ni posible en muchos casos», opina Ángel Gutiérrez, coautor del libro Comercio electrónico y privacidad en Internet. «Ya no hace falta que revelemos directamente quiénes somos y lo que nos interesa. Los sitios web lo averiguan por lo que hacemos en Internet», continúa el experto. ¿Para qué? Para ganar dinero. «El negocio es la publicidad», indica Ricard Martínez, presidente de la Asociación Profesional Española de Privacidad (Apep). Estamos en la era de la publicidad a la carta. Ya lo habrá notado, ayer entró en algunas páginas de automóviles y hoy le persigue por la World Wide Web el anuncio del coche del año. Esta práctica puede ser molesta e invasiva para algunos y una ventaja para otros, porque evita recibir información comercial que no le interesa.

¿No recuerda haber dado permiso para que su actividad online sea rastreada? ¿Tampoco le suena haber autorizado a una aplicación móvil acceder a su libreta de contactos? Seguramente lo hiciera cuando aceptó los términos de uso de los servicios online que utiliza, ya sea un buscador como Google, redes sociales como Facebook o Twitter, o la plataforma de mensajería instantánea WhatsApp. Un 42% de internautas no lee la política de protección de datos, según el Eurobarómetro sobre conductas de los internautas en materia de privacidad, de junio de 2011.

«La gente no lee ni configura la privacidad de los espacios online en los que se desenvuelve», denuncia Martínez. «Lo ponen muy complicado. No solo es que pongan condiciones que no se entienden, sino que además las cambian continuamente. Nos hacen creer que podemos controlar la privacidad, pero no es verdad», añade Jorge Flores, responsable de PantallasAmigas, web que promueve el uso responsable de las nuevas tecnologías.

Así, el 42,5% de los internautas que utilizan redes sociales en España ha encontrado difícil gestionar la privacidad de su perfil. Un 7,2% reconoce que ha sido imposible hacerlo, según el estudio publicado en diciembre de 2012 sobre la percepción de los usuarios acerca de su privacidad en Internet elaborado por el Instituto Nacional de Tecnologías de la Comunicación (Inteco).

Más o menos conscientes de los pormenores del contrato, el resultado es que «pagamos los servicios» con datos personales, dice el presidente de la Apep y profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Valencia. Normalmente, esta transacción se produce en términos «acordes a la legalidad», añade. Aunque no siempre es así. «La ley dice que un sitio web solo puede pedirle a un usuario las informaciones necesarias para poder ofrecerle sus productos. Pero en la mayoría de los casos solicitan informaciones adicionales», explica Gutiérrez. Javier de Rivera, sociólogo especializado en redes sociales, cree además que los usuarios se sienten abocados a aceptar las condiciones. «Para tener contacto con nuestros amigos y estar socialmente integrado tenemos que renunciar a esa privacidad», concluye.

Cualquier detalle es, en última instancia, importante y valioso porque permite a las empresas elaborar ofertas a medida. Y no solo en el ámbito comercial. Lo mismo se puede personalizar un anuncio directo al consumidor potencial, que un programa electoral al gusto del elector dudoso. De Rivera recuerda en uno de sus ensayos que en la última campaña electoral en EE UU, el equipo de Obama utilizó las redes sociales, sobre todo Facebook, para identificar a los votantes indecisos, conocer sus inquietudes y así encontrar «el mejor modo de convencerles». La victoria del reelegido presidente fue, en realidad, el triunfo del data mining (minería de datos), según reflejó la prensa mundial.

Internet es, en efecto, una mina de datos. Una ventana desde la que accedemos al mundo, y por la que el mundo puede entrar en nuestra casa -con o sin invitación- y arramplar con el joyero. «Si ya hubiera existido en la época de George Orwell, no me extrañaría que hubiera incluido Internet en su 1984, como parte del aparato de vigilancia y manipulación del totalitario partido», apostilla Gutiérrez, experto en privacidad en la Red. Esa ficción no estaría lejos de la realidad. «La información privada es utilizada en Estados totalitarios para identificar disidentes», alerta Ricard Martínez. Por eso opina que los legisladores «deben proteger la privacidad de los ciudadanos en Internet. Es fundamental para la libertad. Para que no nos manipulen, si tengamos la sensación de que nos están fiscalizando».

El protagonista del cortometraje Remove lo tiene claro. Para evitar el control y la vigilancia, de empresas o de Gobiernos, rompe con la tecnología. Tira su móvil en un buzón de correos y desenchufa su ordenador. El resultado: desaparece del mapa. «La actitud del personaje es radical pero plantea una cuestión que siempre me ha preocupado como usuario: ¿hasta dónde habría que llegar en el supuesto de querer desconectar, de preservar la privacidad?», pregunta el guionista y codirector Joan Llabata.

Los riesgos son múltiples, pero se pueden minimizar. «No creo que tengamos que borrarnos de Internet, aunque hay gente que lo hace cuando cambian las condiciones de privacidad», afirma Eva Sanagustín, autora de Visibilidad. Cómo gestionar la reputación online. «La gente está tomando conciencia de la relevancia de su identidad en la Red, pero todavía no sabe cómo gestionar su privacidad», opina la escritora. «Hay personas que suben fotos de sus hijos, de menores, o indican constantemente dónde están. Si supieran lo que se hace con esa información no la darían», señala.

Un estudio de Microsoft, publicado en 2012 con datos de usuarios de EE.UU., Canadá, Irlanda, Alemania y España, confirma que los internautas «podrían estar subestimando» el poder (positivo o negativo) de sus acciones online sobre su propia imagen. Por ejemplo, solo un 4% de los adultos encuestados considera que sus opiniones en Twitter son importantes en la formación de su identidad digital. La información que más influye es, de hecho, la que nosotros mismos compartimos deliberadamente, como fotos y comentarios publicados en una red social, subraya el informe. En este sentido, menos de la mitad de los entrevistados (44%) reconoció que pensaba detenidamente las consecuencias de sus actividades en Internet. Aun así, un 67% creía tener el control de sus perfiles en la Red.

Un experimento de la institución belga Safeinternetbanking.be -que promueve la banca online segura-reveló que muchos internautas desconocen, pese a su sensación de control, qué información han compartido en Internet. «El mes pasado te gastaste 300 euros en ropa». «¿Sabes el número de tu cuenta bancaria? Yo sí. Es el…». El mentalista Dave adivina estos y otros datos de sus interlocutores, que se muestran atónitos. «Poca gente sabe eso», responde una joven. A cada acierto, mayor es la sorpresa. El ritual adivinatorio, grabado con cámara oculta y que ahora se puede ver en YouTube, termina con la revelación del truco de Dave. Toda esa información estaba en los perfiles de las redes sociales de las víctimas. La moraleja: un desalmado podría haber limpiado la cuenta bancaria de cualquiera de ellos.

Las alertas sobre las prácticas de riesgo en Internet saltan cuando los afectados por las posibles consecuencias son menores. «Los adolescentes y jóvenes no tienen consciencia de hasta qué punto revelan cosas sobre sí mismos ni de las consecuencias que eso puede tener», subraya Ángel Gutiérrez, experto en privacidad. Y, según Martínez, nada impide que se registren en redes sociales aunque tengan menos de 14 años, edad mínima que exige la ley. «No existe un identificador válido para saber que un menor es menor. Es un problema que la industria se tiene que comprometer a resolver», incide. Esta carencia de control de la edad de los usuarios supone problemas también en términos de publicidad, dice el presidente de la Apep. «Le pueden llegar anuncios a un niño que en el horario infantil estarían prohibidos en la televisión», explica.

A falta de ese identificador virtual de menores, la educación se alza como la herramienta más potente para que los jóvenes (y los mayores) sepan qué información pueden compartir y dónde es más seguro hacerlo. En este sentido, proliferan las guías, cursos y programas para que los niños 3.0 y sus padres analógicos, tengas las pautas para un uso seguro de Internet. Así, los riesgos asociados a la Red y a las nuevas tecnologías están entre los temas -junto con la violencia de género o las bandas juveniles- que la Policía Nacional imparte en los colegios en el marco del Plan Director para la Convivencia y Mejora de la Seguridad Escolar.

La falta de prudencia no es, sin embargo, exclusiva de los más jóvenes. En España, un 22% de los internautas adultos confiesa haber difundido por error datos privados -información personal, fotos familiares y el número de teléfono móvil (en ese orden)- , según el estudio de Microsoft. Un porcentaje muy similar al de filtraciones no intencionadas que reconocen los chavales entre 8 y 17 años (24%).

Los expertos apuntan que los internautas controlarán cada vez más su actividad online. Pero la identidad y la reputación online no solo depende de lo que difundimos, sino también de lo que otros dicen de nosotros. Del mismo modo que contribuimos a crear la reputación de los demás con nuestras opiniones. En este sentido, el responsable de PantallasAmigas, Jorge Flores, reclama que los proveedores sean más transparentes y protejan la privacidad de sus usuarios. «No es admisible que Facebook siga admitiendo las etiquetas en las fotos», se queja. «Puedes hacer daño a otros, incluso sin pretenderlo, mostrando imágenes en una situación comprometida para ellos y que deseaban mantener en privado. Muchas veces lo que se sepa de uno depende de las configuraciones de otros», lamenta.

Flores y el sociólogo de Rivera coinciden en señalar que las redes sociales están diseñadas para que compartas cuanta más información, mejor. Las describen como una suerte de laberintos de me gusta, invita a tal o cuál amigo, comenta una publicación o di lo que estás pensando, retuitea, marca una opinión como favorita o comparte este u otro artículo de la prensa. ¿Has viajado? Pues no te olvides de geolocalizarte y subir una foto. «Cuanto más tiempo pases y más te relaciones, más dices de ti y más publicidad pueden mostrarte», apunta el responsable de PantallasAmigas.

Las redes tienen también sus ventajas. Así lo cree Eva Sanagustín. La escritora ve en ellas «oportunidades para conocer gente, para encontrar trabajo, para relacionarse». La experta en reputación online cree, sin embargo, que es necesario cuidar la imagen que se da en ellas. El perfil digital se ha convertido en la nueva tarjeta de presentación. Una primera impresión 2.0. ¿Quién no se ha buscado a sí mismo, a su jefe o hermano en Internet?

Fuente: La Nación

  1. 16 mayo, 2013

    Claro que Internet lo sabe todo, pero eso no es lo peor si no que nuestra información sea vulnerada por robo de información, hay que tener cuidado.

Write a comment:

*

Your email address will not be published.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.