Sexting17/07/2013

Sacarse fotos en poses sugerentes y compartirlas a través del celular y las redes sociales es una de las prácticas más extendidas entre los jóvenes.

La unión de las categorías sexo y adolescencia puede ponerle los pelos de punta a cualquier adulto. Y si a ese combo se suman Internet y las nuevas tecnologías, la ecuación se vuelve más compleja todavía. Así, la cotidianidad se va impregnando de palabras en inglés como cyberbullying (hostigamiento a través de las redes sociales), grooming (adultos que se hacen pasar por chicos para captar favores, generalmente de índole sexual, de los menores de edad) o sexting, el fenómeno del cual nos ocupamos.

Sexting (una abreviación entre sex –sexo– y texting –mandar mensajes de texto a través del celular–) es el nombre que se le da, en general, al envío de fotos o videos de carácter sexual a través del teléfono celular, el correo electrónico, redes sociales como Facebook u otros canales de Internet.

Las imágenes pueden tomarse con el mismo teléfono o la webcam (las camaritas de las computadoras que permiten verse en directo con otra persona a través de la red), y ser descargadas entre unos y otros dispositivos. Sin embargo, sería injusto pensar que se trata sólo de un acto de inconsciencia propio de los más chicos.

Estadísticas de Estados Unidos reflejan que son los adultos de hasta 50 años quienes más practican sexting. Y en nuestro país tuvieron amplia repercusión varios casos donde esto se evidenciaba a las claras.

En un artículo dedicado al tema, el psicoanalista y escritor César Hasaki pone de relieve que el modelo sociocultural actual nos muestra «que la vida no tiene mucho sentido si no se consigue hacer de ella un espectáculo» y recalca que el sexo se ha convertido en uno de los «productos» más lucrativos de los últimos tiempos. «Como vemos en la actividad del sexting, los adolescentes han comprendido perfectamente el modelo marketinero predominante y lo aplican con entusiasmo al fotografiarse». De hecho, en general son las chicas quienes más se prestan a estas acciones, replicando aquello que la televisión reproduce hasta el hartazgo: mujeres puestas en el lugar de objeto de deseo para ser «consumidas» por el varón. Sin embargo, la diferencia crucial entre adolescentes y adultos prestándose a este juego son sus consecuencias.

UN VIAJE SIN RETORNO

En principio, hay que comprender que la transgresión es una actitud característica de esta etapa de la vida. «Esta sobreexposición tiene que ver con una necesidad que siempre tuvieron los adolescentes de armar una cultura propia, como usar determinadas marcas en el cuerpo o hacer cosas bien diferenciadoras de lo que hacen los adultos y, en lo posible, que hasta sean rechazadas por los grandes», aclara la licenciada Susana Toporosi, especialista en adolescencia del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.

«Las formas de ser adolescentes varía en cada época. Ahora, el uso de la tecnología y la valorización de lo público sobre lo privado lleva a que el sexting sea un nuevo código».

Así y todo, tanto las motivaciones para filmarse o sacarse fotos como el calibre de las imágenes pueden ser muy variados. A veces se trata de una actitud apenas sugerente «dedicada» a un novio o novia, o de una broma entre un grupo de amigos; y otras, puede tratarse de material más explícito. Pero más allá de las diferencias obvias que implica cada caso, lo que vuelve al sexting un verdadero peligro es la falta casi total de control que se tiene sobre el material, una vez puesto a circular.

«La privacidad termina cuando apretás enter», dice categórico el programador e IT manager Mauricio Carreras. «Una vez que le das ok, ese contenido ya está disponible para millones de personas a través de la web».

¿Pero acaso ellos, que pasan horas conectados, no entienden esto? Sí y no. «Todo adolescente atraviesa un momento complicado, en el que se desarmó la identidad infantil y tiene que armar una nueva. Y ser visto por muchos genera una cierta ilusión de unificación», aclara la licenciada y advierte: «Pero los chicos no tienen conciencia de los riesgos que atraviesan, y por eso hay que ayudarlos».

Carreras nos pone en órbita dentro del inconmensurable ciberespacio y sus amenazas. «El tema del acceso o la participación en las redes sociales no se puede controlar», dice.

«Una misma persona puede tener mil perfiles». Sin embargo, aclara que «en Facebook particularmente hay mucha regulación: por ejemplo, si uno postea una foto de alguien desnudo, se le da de baja la cuenta automáticamente. El chat también tiene cierto control, aunque no tan específico». Aún así, los riesgos de practicar sexting son muchos, y sobre todo, imprevisibles. Pueden darse varias situaciones: que las imágenes que un chico o chica envió a un amigo sean reenviadas y luego utilizadas como objeto de burla por parte de otros chicos; y lo peor, que caigan en manos de adultos pedófilos o hasta en redes de pornografía infantil.

«Es que lo que empieza siendo un juego entre ellos», sigue Toporosi, «cuando se expone ante los adultos, deja a los adolescentes sumamente desamparados». Y en general, la persona que busca captar a un adolescente para favorecer un encuentro o conseguir que le envíe fotos, tendrá la suficiente astucia como para despistarlo: ya sea mintiendo la edad, copiando lenguaje propio de los adolescentes o chantajeándolo con amenazas diversas.

HACERSE CARGO

La adolescencia es un momento de suma vulnerabilidad. Y cualquier chico o chica puede practicar sexting sin entender sus implicancias. Pero la falta de contención de los adultos agrava todo. «Los chicos están solos frente a las pantallas», alerta Toporosi. «Ya sea en Internet o en la televisión, ven imágenes cargadas de sexualidad sin la presencia de ningún adulto que acompañe con afecto y ayude a procesar esa gran cantidad de estímulos». Esto también se relaciona con otro fenómeno, que es la pasmosa cantidad de material pornográfico que circula en la red.

Si bien nunca está de más seguir algunos tips de índole más técnico, el trasfondo siempre es el diálogo. Hasta Carreras, el experto en informática consultado, ve allí la mejor herramienta. «Para proteger y controlar lo que hacen los chicos, lo más importante de todo es charlar con ellos y acompañarlos cuando están en la computadora. También se pueden instalar algunos programas de control parental como el Kidbox, pero que en general sirven para chicos más chicos. Un adolescente puede perfectamente aprender a esquivar esos controles. También es recomendable revisar de vez en cuando el historial de Internet, para saber por dónde navegaron o qué estuvieron mirando». También existen algunos programas para celulares.

Pero sobre todo, hay que evitar la paranoia. «No se puede estar controlando permanentemente, desde un lugar represivo», dice Toporosi. «Se trata de charlar con el adolescente respecto de cómo debe cuidarse. Justamente, una de las prevenciones que solemos abordar junto a los padres y que ha resultado muy efectiva, es tratar de tener al menos una comida diaria familiar, compartida. Esto modifica muchísimo el encuentro entre adultos e hijos; en vez de comer cada uno en su cuarto, o frente al televisor, ese espacio de encuentro sin otras interferencias es importantísimo. Porque no olvidemos que la mayoría de los chicos que se exponen a estas situaciones son chicos que están muy solos».

Esa soledad no se revoca sólo con presencia, sino cumpliendo con el rol que nos toca. «Los adultos también hemos perdido referentes e ideales», dice el doctor Gustavo Finvarb, Jefe del Servicio de Salud Mental del Hospital Gutiérrez. «Y en estos ideales de la eterna juventud, son los adultos los que muchas veces toman de ejemplo a los jóvenes, por lo que se ha tergiversado esto de quién mira a quién. Y así los chicos quedan sin referentes adultos». De hecho, son muchos los hogares en los que «la compu» es cosa de chicos, un terreno del que los mismos padres se autoexcluyen.

A la hora de charlar sobre el tema, un buen consejo es no personalizar tanto «porque a veces eso es rechazado», dice Toporosi. «Más bien podría hablarse desde un lugar como ‘me contaron que hay otros chicos que hacen sexting y que quedan muy expuestos, etc…’. Referirse a los demás a veces sirve para tomar un poco de distancia, y eso siempre es bueno, porque a los adolescentes les cuesta mucho soportar la crítica y hablar de ellos mismos.

Pero se puede discutir acerca de algún artículo o noticia: son formas de tratar una temática difícil dentro de la familia y advertir sobre los peligros que conlleva esta situación». Tratar de no estigmatizar a los chicos, mantener la calma y ayudarlos a comprender es crucial para prevenir el sexting u otros riesgos.
«Hay que entender que este tipo de situaciones pueden involucrar a cualquier chico en un momento de fragilidad; y que se requiere de adultos que puedan actuar como tales. Ya que los adolescentes son más de actuar sin pensar, que el adulto se pliegue también a esta modalidad potencia el desamparo que puedan llegar a sentir», concluye la especialista.

El día después: ¿Qué hacemos si descubrimos que nuestro hijo o hija adolescente practica sexting? «Lo más importante es evitar que aparezca la violencia o el castigo», aconseja Toporosi. «Si el padre se posiciona en ese lugar de entrada, no va a poder ser escuchado. Hay que abrir el tema con el adolescente y con el grupo dentro del cual sucedió». Es muy recomendable recurrir a la escuela, si es que hay compañeros involucrados.

«Es importante que la institución pueda tomar, con cuidado, esta temática, evitando que aparezca un adolescente o dos que resulten los ‘chivos expiatorios’ del grupo; hay que abrir el diálogo, escucharlos, porque de lo contrario no hay camino de salida». El gabinete psicopedagógico o un profesional siempre pueden ayudar «y hasta armar una red de padres, que es siempre muy positivo».

Pero sobre todo, no desesperar: «Cuando el adulto queda aterrorizado tiene intervenciones muy disruptivas, y este es uno de los problemas más importantes. Sea cual sea la situación que puso en riesgo al adolescente, hay que parar la pelota, pedir ayuda y en todo caso darse un compás de espera para pensar, pero no descargar la angustia propia utilizando la violencia, porque eso genera un trauma en los chicos».

Fuente: Revista Susana

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