A los 29 años, Lucas Llorente (www.zetenta.com) ya logró metas que para muchos parecen inalcanzables: fundó una empresa que emplea a diez personas y exporta sus productos a Europa y los Estados Unidos. «Estaba estudiando ingeniería informática en la UBA cuando un proyecto de desarrollo de sitios web se transformó en un emprendimiento con empleados y una oficina -cuenta-. Una empresa de tecnología española nos encontró a través de un foro en Internet. Después hicimos desarrollos para compañías de inversiones inmobiliarias en Londres y en las islas Canarias, videojuegos para otra de Houston, software de gestión para una certificadora de productos orgánicos…»

La de Lucas es una de las más de mil empresas (el 50% de las cuales exportan) que en el país le están dando forma a un fenómeno en crecimiento: según datos del Observatorio Permanente de la Industria del Software y los Servicios Informáticos, entre 2003 y 2009, la facturación local en este rubro exhibió una tasa de crecimiento interanual promedio del 21,2%, las exportaciones medidas en dólares superaron esa estadística y la tasa de ocupación fue significativamente superior a la del resto de la economía. Es más: este año, la industria del software termina con una facturación de unos 9000 millones de pesos, exportaciones por algo más de 600 millones de dólares y habrá dado empleo a 56.700 personas. En 2008, el sector explicó el 0,64% del PBI local y su valor agregado fue equivalente al 3,27% del PBI industrial.

«Se desarrolla software en muchísimas áreas -cuenta el doctor Hugo Scolnik, director del Departamento de Ciencias de la Computación de la Facultad de Ciencias Naturales de la UBA-: televisión digital, compresión de audio y video, videojuegos, aplicaciones para la medicina… El campo es infinito. Y el mayor insumo es el conocimiento; se puede trabajar hasta con una máquina casera. Por eso y por los sueldos relativamente buenos (3500 pesos mensuales para empezar, en promedio), entre otras razones, nuestros estudiantes empiezan a trabajar pronto y estiran mucho la carrera. Es la que demora más en ciencias, hasta diez años.»

A diferencia de lo que ocurre en otras áreas de la economía, los empresarios del software están contentos: cuentan con el Fonsoft, un fondo fiduciario que financia proyectos de investigación y desarrollo vinculados con la creación, diseño, desarrollo, producción, capacitación de recursos humanos y programas de asistencia para nuevos emprendimientos. «Actualmente, hay 500 proyectos que esperan financiación», subraya Scolnik.

Para los especialistas, las causas que ayudan a explicar este nuevo «boom» son diversas: «Tenemos mano de obra calificada a un precio bastante competitivo en el mercado internacional», dice el ingeniero Carlos Pallotti, presidente honorario de la Cámara de Empresas del Software y los Servicios Informáticos (Cessi) y uno de los pioneros en este campo: comenzó a exportar en 1989, y en 1995 su empresa ya abría una oficina en México.

Según Pallotti, también presidente de Lupa Corporation, el signo distintivo de la industria es su alto valor agregado (más del 80%). El ingeniero Fernando Racca, actual presidente de la Cessi, afirmó recientemente que puede generarse un puesto de trabajo con mil dólares, a diferencia de otras industrias, que exigen decenas o centenas de miles.

Un estudio de la Cepal muestra que la Argentina es el mayor exportador de software de América latina después de Brasil. «Las exportaciones [del país vecino] son un 20% mayores, pero su mercado es cinco veces más grande que el argentino -explica Pallotti-. Uruguay, Chile y Costa Rica también exportan, pero están más limitados por el factor humano. En general, todas las empresas que contratan servicios aquí ponderan nuestros profesionales. Este sería un dato subjetivo, pero hay otro que no es menor: la Argentina está entre los primeros países (en el puesto número 12 del ranking) por la cantidad de empresas certificadas con la norma que regula la calidad del software (CMMI). El argentino es un profesional creativo, que no se conforma con trabajos que se limiten a escribir un código.»

Sin embargo, para Pallotti, aún falta instalar la marca país, aumentar la escala de producción, los vínculos entre la actividad privada y la académica, y la incorporación de software en el resto de la producción. Facilitar este tipo de soluciones tecnológicas para mejorar el perfil exportador será la tarea de la Fundación Sadosky, cuyo consejo de administración está por terminar de integrarse.

Fuente: La Nacion

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